Vario es algo que es diferente o diverso, mudable o inconstante. El bario, en cambio, es un elemento químico metálico.
Vario y bario son palabras homófonas, pues en español no existe diferencia alguna en la pronunciación de b y v. A continuación, te ofrecemos algunas claves para saber cuándo usar cada una.
Cuándo usar vario
Vario puede funcionar como adjetivo para designar aquello que es diferente o diverso, inconstante o mudable, o que presenta variedad de características.
Por ejemplo:
- Shakespeare creó un universo ficcional vario y multiforme.
- La vida lo lleva a uno como un barco por el mar precioso y vario del tiempo.
- Un público heterogéneo, compuesto por estudiantes, profesores y curiosos de vario tono abarrotaba el auditorio.
Como adjetivo indefinido antepuesto al sustantivo, varios (en plural) se emplea como equivalente a ‘algunos’ o ‘unos cuantos’. Por ejemplo: “He leído varios libros sobre el tema”.
Asimismo, varios (en plural) también puede funcionar como pronombre indefinido para referirse a unas cuantas personas o cosas.
Por ejemplo:
- Solo se podía permitir comprar un vestido, pero le gustaban varios.
- Varios de los inversores se quejaron de la falta de claridad del informe.
Como sustantivo masculino, vario puede referirse un conjunto reunido de textos o papeles, de diversa índole, autores o temas. Por ejemplo: “El vario trae todo tipo de información”.
Cuándo usar bario
Bario es un sustantivo masculino; se refiere a un elemento químico metálico, de color amarillento, dúctil, de fácil oxidación y difícil fundición, su símbolo es Ba y su número atómico es el 56.
Por ejemplo:
- El bario no se encuentra en estado libre en la naturaleza.
- Cuando se expone al aire, el bario se oxida con facilidad.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.