Lo correcto es escribir trasplante. Es incorrecta y debe evitarse la grafía transplante.
Trasplante es un sustantivo masculino; se refiere a la acción y efecto de trasplantar, es decir, de trasladar de un lugar a otro a alguien o algo. En medicina, por su parte, un trasplante es la sustitución de un órgano o tejido en un organismo por otro sano.
Por ejemplo:
- El trasplante del rosal no afectó a la planta.
- El alcalde insiste en que el trasplante de los árboles se realice antes de empezar las obras.
- Los médicos le dieron máxima prioridad al trasplante.
- Después del trasplante, Lucía pudo continuar su vida con normalidad.
La palabra trasplante proviene del verbo trasplantar, que se forma con el prefijo tras- y el verbo plantar. El prefijo tras- es la forma simplificada del prefijo latino trans-, que significa ‘detrás de’, ‘al lado de’ o ‘a través de’.
La razón por la cual a veces los hablantes dicen transplante en lugar de trasplante es que en español la n seguida de s en posición final de sílaba puede relajar su articulación.
De hecho, muchas palabras compuestas con trans- pueden tener variantes con la forma simplificada tras- (como trasporte y transporte). Pero otros vocablos, como el caso de trasplante, o traslado o trastorno, solo admiten la forma tras-.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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