Trabar es la escritura correcta para este verbo. Travar es un error ortográfico que debe ser evitado.
La posible confusión en la escritura de esta palabra se debe a que, en español, /b/ y /v/ representan el mismo sonido.
El verbo trabar designa varias acciones: Unir fuertemente varias cosas, cohesionar las partes o piezas de un todo y sostener algo o a alguien para inmovilizarlo.
Por ejemplo:
- Hay que trabar bien los listones para que queden firmes.
- Cuesta entender el párrafo si las oraciones no se traban bien.
- Trabamos la ventana con una barra porque el viento la abría.
Trabar también se refiere a obstaculizar la realización o funcionamiento de algo, iniciar una interacción y hacer espesa una preparación.
- Un malentendido trabó las negociaciones.
- Llamé al técnico porque la lavadora se trabó.
- Nos conocemos desde hace muy poco pero hemos trabado una bonita amistad.
- La mezcla no traba porque tiene mucha agua.
Como muchos otros verbos, trabar también interviene en la construcción de expresiones fijas o locuciones verbales. Es el caso de «trabarse la lengua» para indicar que una persona titubea o se confunde al hablar.
Por ejemplo: Se me traba la lengua cuando me pongo nervioso.
El verbo trabar se ha formado a partir del sustantivo traba, proveniente del latín trabs, trabis, que significa viga o madero. La misma ortografía se mantiene en otras palabras de la misma familia, tales como destrabar, trabazón, trabado y trabadura.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.