Sobretodo y sobre todo no tienen el mismo significado. Un sobretodo es una prenda de vestir, mientras que sobre todo es una locución adverbial equivalente a ‘principalmente’ o ‘especialmente’.
Es común que sean confundidas, especialmente porque los correctores de texto automático que tan frecuentemente usamos hoy en día no las reconocen como un error en sí. De modo que a veces ocurre que se utilizan equivocadamente, como, por ejemplo: “Deberías acostarte temprano, sobretodo hoy”, o “Le gustaba llevar su sobre todo cuando salía de noche”.
Cuándo usar sobretodo
Sobretodo es un sustantivo masculino; se refiere a una prenda de vestir larga que se lleva sobre el traje ordinario y que cubre tres cuartas partes del cuerpo y abriga del frío, protege de la lluvia y sirve de corta viento. En Latinoamérica, se usa como sinónimo de abrigo.
Por ejemplo:
- Vestía un sobretodo ceñido que lo protegía del frío invernal.
- Siempre llevaba su sobretodo negro cuando salía de casa.
Cuándo usar sobre todo
Sobre todo, por su parte, es una locución adverbial constituida por la preposición sobre y el adjetivo todo; se emplea en frases y oraciones como equivalente a ‘especialmente’ o ‘principalmente’.
Por ejemplo:
- En el pliego de peticiones hacían énfasis, sobre todo, en los últimos dos puntos.
- Me gusta venir a este parque, sobre todo los domingos.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.