Son igualmente correctas y admisibles las grafías seudónimo y pseudónimo. Se refieren al nombre utilizado por una persona en lugar de su nombre verdadero en determinados ámbitos o circunstancias. Los seudónimos son muy usados entre artistas y escritores.
La palabra proviene del griego ψευδώνυμος (pseudṓnymos), que se forma con las voces ψεῦδος (pseûdos), que significa ‘falso’, y ὄνομα (ónoma), que traduce ‘nombre’.
Debido al fenómeno de la aféresis, que es la eliminación de un sonido al principio de una palabra tanto en la pronunciación como en la escritura, se ha vuelto más frecuente entre los hablantes la forma seudónimo.
De modo que, aunque la variante pseudónimo, con p-, es más próxima a la etimología original de la palabra, lo aconsejable es optar por la grafía simplificada seudónimo, más común entre los hablantes.
Sin embargo, conviene recalcar que será igualmente correcto si escribimos, por ejemplo:
- El informante usaba un pseudónimo tan escandaloso como sus revelaciones: Garganta Profunda.
- Los cuentos que participen en el concurso deberán ir firmados por un pseudónimo.
Que si escribimos:
- El seudónimo que usaba Charles Dickens para firmar algunos de sus textos era “Boz”.
- Algunos de los seudónimos que usa la gente en las redes sociales son muy graciosos.
Otra voz que tiene una situación parecida a la de pseudónimo es psicología, que también cuenta con una variante simplificada: sicología.
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Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.