Seso puede referirse al cerebro de una persona o animal, o a la sensatez y la prudencia que debe privar en ciertas circunstancias. Ceso, por su parte, es el verbo cesar en primera persona de presente, y significa interrumpir lo que se estaba haciendo, dejar un empleo o destituir a alguien de su cargo.
Como tal, seso y ceso son palabras homófonas en la mayor parte del mundo hispanohablante, donde no existe oposición fonética entre la pronunciación de la s y de la c antes de la e o la i. En España, en cambio, donde sí la hay, son consideradas palabras parónimas.
Cuándo usar seso
Seso es un sustantivo masculino; se refiere al cerebro o a la masa de que se encuentra en la cavidad craneal. También se usa como sinónimo de prudencia, madurez o sensatez. La palabra procede del latín sensus, que significa ‘sentido’.
Por ejemplo:
- El forense estaba examinando los sesos del occiso.
- A veces, cuando actúas impulsivamente, demuestras no tener mucho seso.
Seso, asimismo, también puede referirse a la piedra, ladrillo o hierro que se usa para calzar una olla con el fin de que esta asiente adecuadamente. Con este sentido, la palabra deriva del latín sessus, que significa ‘asentamiento’.
Cuándo usar ceso
Ceso es el verbo cesar en su forma personal de primera persona de singular de presente en modo indicativo. Se refiere a la acción de interrumpirse o acabarse una cosa, dejar de realizar una actividad, de dejar un empleo o de destituir a alguien de su cargo o empleo. La palabra, como tal, proviene del latín cessāre.
Por ejemplo:
- Yo no ceso en mi búsqueda de la poeta Cesárea Tinajero.
- Hoy anuncio que ceso en mi cargo para dedicarme a lo que me gusta.
- Como dueño de la empresa, ceso a cientos de empleados hasta que la crisis pase.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.