Sentar es la forma correcta de escribir esta palabra. Centar constituye una incorrección producto de la confusión entre la c y la s en la lengua escrita de los hablantes de América y de algunas regiones de España.
Etimológicamente, la palabra proviene del latín sedentāre, que a su vez se deriva del latín sedens, sedentis, que significa ‘que está sentado’, de modo que desde su origen la palabra era escrita con s y no con c.
Sentar es un verbo que significa poner alguien en una silla o asiento, apoyar algo sobre una cosa, dar por cierto algo, cuadrar o convenir una cosa en relación con otra, ser recibida o digerida de cierta manera una bebida o comida, o causar una cosa, una acción o una palabra determinado efecto en una persona.
Por ejemplo:
- Ya era hora de hacer sentar a los invitados.
- La columna sienta sobre una placa de concreto.
- Alonso me dijo que saldría y di por sentado que iba a tu casa.
- Ese vestido no te sienta.
- No me sentaron bien esos frijoles.
- A Paula no le sienta bien el frío.
- Me sentaron muy mal sus comentarios.
El verbo sentar se conjuga igualmente con s en todas sus formas personales, por ejemplo:
Presente de modo indicativo
- Yo siento.
- Tú sientas.
- Vos sentás.
- Usted sienta.
- Él/ella sienta.
- Nosotros sentamos.
- Vosotros sentáis.
- Ustedes sientan.
- Ellos/ellas sientan.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.