Que, cuando ejerce función de pronombre relativo o conjunción, se escribe sin tilde, debido a que se trata de una palabra átona. En cambio, qué, escrita con acento diacrítico, se emplea para introducir enunciados interrogativos o exclamativos.
A continuación te explicamos en detalle cuándo usar una y cuándo la otra para no incurrir en incorrecciones.
Cuándo usar que
Que es una palabra átona, escrita sin tilde gráfica; puede funcionar de las siguientes formas:
Para introducir oraciones relativas con o sin antecedente expreso.
Por ejemplo:
- Podemos ir el día que tú quieras.
- Le gustaron más las que estaban a la derecha.
- Hay que buscar un mejor puesto.
Para establecer comparaciones:
- Me gusta más esta que la otra.
- Entiendo más de filosofía que de literatura.
Indicar causalidad:
- Se fue a su casa, que ya era tarde.
- Estudio derecho, que era su vocación.
Realizar construcciones consecutivas:
- Habla tan rápido que no lo entiendo.
- Escribía de tal forma que resultaba ilegible.
Cuándo usar qué
Qué es una palabra tónica, en virtud de lo cual se escribe con una tilde diacrítica. Puede emplearse como adjetivo, pronombre o adverbio con sentido interrogativo o exclamativo, dependiendo del caso.
Por ejemplo:
- ¿Qué clase de vino es este?
- No sé qué tipo de vacaciones quieras tú.
- ¡Qué cantidad de mensajes de felicitación has recibido!
- No tienes idea qué alegría me da verte.
- ¿Qué quieres de mí?
- Quisiera saber qué esperan de nosotros.
- ¡Qué frío ha hecho este invierno!
- ¡Qué pesado es este tipo!

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.

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