Provisto y proveído son dos formas de escribir el participio del verbo proveer. Proveído es la forma regular, mientras que provisto es la irregular. Ambas son correctas en español y pueden utilizarse indistintamente y sin ninguna restricción. No obstante, hoy en día la forma más utilizada por los hablantes es provisto, en detrimento de proveído.
Tanto provisto como proveído pueden emplearse para la formación de los tiempos compuestos verbales.
Por ejemplo:
- El gobernador ha provisto al municipio de un nuevo hospital.
- Lo castigaron cuando descubrieron que les había provisto las respuestas del examen a sus compañeros.
- Había proveído a sus hijos de todas las herramientas necesarias para triunfar en la vida.
- Se quejaban de que no habían proveído a la escuela con un kit de primeros auxilios.
Por otro lado, proveído y provisto también pueden ser usados, indistintamente, en la formación de la voz pasiva perifrástica, que se compone con el verbo ser + participio (proveído, provisto).
Por ejemplo:
- El apoyo financiero para empezar su propio negocio fue provisto por su padre.
- La habitación fue provista de una nueva puerta.
- Antiguamente, durante la educación, se proveía un oficio a los estudiantes del último año.
- Antes de la carrera, todos los corredores fueron proveídos de una camiseta numerada.
Finalmente, es importante señalar que proveído también puede emplearse como sustantivo para referirse, en Derecho, a una resolución judicial de trámite.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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