La palabra ahuehuete proviene de la voz náhuatl ahuehuetl. Se refiere a un árbol típico de América del Norte, conocido también como ciprés mexicano debido al parecido de su madera con la de este árbol.
La etimología de la palabra ahuehuete es difícil de establecer, debido a las diferentes teorías que han surgido para explicarla.
Una sostiene que ahuehuete significa ‘tambor de encino’, ya que estaría formada por ahuatl, que significaría ‘encino’, y huhuetl, que traduciría ‘tambor de membrana’. Con su madera, se dice, se fabricarían tambores.
Otra etimología explica que el sentido de esta voz vendría a ser ‘aquel que no envejece’, ya que estaría compuesta por las raíces amo, que indica negación, y huehuehti, que quiere decir ‘envejecer’.
También existe la versión según la cual este vocablo significaría ‘tambor de agua’, pues se formaría con las raíces atl, que traduce ‘agua’, y huehuetl, ‘tambor’.
Asimismo, hay quien asegura que la palabra significa ‘anciano del agua’, puesto que es un árbol que crece en las cercanías de las aguas y dura muchos años. Así, pues, este término se formaría con los componentes atl, que significa ‘agua’, y huehueh, que podemos traducir como ‘anciano’.
Otra teoría afirma que el nombre lo que indica es su gran tamaño, y que la palabra deriva de huehue, que en náhuatl significa ‘de gran tamaño’.
El nombre científico de este árbol, sin embargo, es Taxodium huegelii. También se le conoce con los nombres comunes de sabino, ciprés mexicano, ciprés de Moctezuma, ahuehué o tule.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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