Una onda puede ser una ondulación en la superficie de un líquido, las curvas que se forman en algunos materiales, o una forma de referirse a las olas. Honda, por su parte, puede ser una tira elástica para arrojar cosas, o también un tirachinas, una resortera o una gomera. Asimismo, puede referirse a algo profundo, recóndito o intenso.
Como tal, onda y honda son palabras homófonas, es decir, que se pronuncian igual pero se escriben de manera diferente. Conviene saber diferenciar cuándo debe escribirse de una forma y cuándo de la otra. Por ello, a continuación te ofrecemos algunas pistas.
Cuándo usar onda
Onda puede referirse a las ondulaciones que se producen en la superficie de un líquido cuando este es perturbado, a las curvas que se forman natural o artificialmente en algunas cosas (el cabello, las telas, etc.), o puede ser una forma culta de llamar a las olas. En física, por su parte, es un movimiento que se propaga en el medio físico o en el vacío de manera periódica.
Por ejemplo:
- Las ondas se esparcían en círculos concéntricos a lo largo de la superficie del lago.
- Tienes unas ondas lindísimas en el cabello.
- Las ondas del mar embravecido trajeron una botella con un pequeño pergamino.
- Las ondas sonoras viajan más lento que la luz.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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