La forma nieblina es incorrecta. Lo correcto es decir neblina.
Llamamos neblina a un fenómeno meteorológico consistente en la suspensión de pequeñas partículas de agua en la atmósfera, que se presenta en la forma de una niebla baja y poco espesa. Como tal, neblina es el diminutivo de la palabra niebla, de allí que haya quien agregue una -i- en la primera sílaba de la palabra al modo de niebla, confundiendo su construcción: nieblina.
Así, lo correcto será decir, por ejemplo:
- La neblina cubre por completo la ciudad.
- Un nuevo accidente es causado por la neblina.
- Una espesa neblina ha provocado retrasos en los vuelos del aeropuerto.
Nieblina es un barbarismo, es decir, una incorrección propia de la lengua coloquial, que está fuera de la norma culta, y que, en consecuencia, es conveniente evitar. De este modo, no se debería decir:
- La nieblina no me deja ver la carretera.
- Le gustaba asomarse y ver la nieblina cubriendo los montes.
- Eso no es nieblina, sino contaminación.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.