Una malla es una red, un tipo de tejido o una estructura formada por un conjunto de elementos que se cruzan entre sí. Maya, por su parte, puede referirse a una cultura ancestral de América Central y a lo relativo o perteneciente a esta, a una planta o a un conjunto de cosas o costumbres asociadas a los festejos del mes de mayo en el hemisferio norte.
Cuándo usar malla
Malla es un sustantivo femenino; puede hacer referencia a un tejido o red formada por hilos o cuerdas que se cruzan y anudan, a una red o estructura, o a un tipo de prenda de vestir que se caracteriza por ser elástica y ajustada al cuerpo. También se denominaba así al tejido hecho a partir de anillos metálicos para confeccionar prendas para defensa de los caballeros en la antigüedad. La palabra, como tal, proviene del francés maille.
Por ejemplo:
- Un zancudo estaba enredado en la malla del mosquitero.
- Siempre me ha gustado llevar mallas en verano.
- Las rutas de transporte se extendían por el país como mallas.
Cuándo usar maya
Maya es un sustantivo femenino; puede referirse a una cultura mesoamericana, que se extendió desde el sur de México hasta Honduras y Guatemala, a una persona de dicha cultura, a un grupo de lenguas emparentadas con el maya, o, en suma, a lo perteneciente o relativo a los mayas.
Por ejemplo:
- La cultura maya es riquísima.
- Los mayas dejaron pirámides increíbles.
Asimismo, maya puede referirse a varias cosas: a una planta, a un árbol o palo alto usado en las fiestas de mayo, a una muchacha elegida entre las más lindas de una comunidad en estos festejos, a las canciones que se entonan en las celebraciones de mayo o a un tipo de juego de muchachos. La palabra, como tal, deriva de mayo, que es el mes de floración en el hemisferio norte.
Por ejemplo:
- Las mayas ya florecieron.
- La maya de este año es la más muchacha linda que he visto en mi vida.
- Los chicos jugaban maya mientras las chicas saltaban la cuerda.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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