Una losa es una piedra labrada, lisa, llana y delgada, usada para el revestimiento de pisos y paredes. Loza, por su parte, se refiere a la vajilla doméstica en su conjunto o a cada uno de los objetos que la conforman (platos, tazas, etc.), por lo general hechos de barro cocido y cubiertos de barniz.
Losa y loza son palabras homófonas en la mayor parte del mundo hispanohablante, donde no existe distinción alguna entre la pronunciación de s y z. En España, en cambio, donde sí la hay, son consideradas palabras parónimas.
Cuándo usar losa
Losa es un sustantivo femenino; se refiere a un tipo de piedra llana, lisa y delgada, que sirve para revestir suelos y paredes, así como a una baldosa, que es una pieza fina de cerámica, mármol o piedra, que se usa con el mismo fin. Asimismo, losa puede ser el nombre con que se conoce una trampa para cazar aves o ratones, o el sepulcro de un cadáver.
Por ejemplo:
- Compramos losa para alicatar las paredes del baño.
- La losa del piso estaba rayada.
Cuándo usar loza
Loza es un sustantivo femenino; se refiere a todos aquellos objetos que forman parte de la vajilla de uso doméstico y que, por lo general, son fabricados con barro fino cocido y barnizado.
Por ejemplo:
- Ayúdame a acomodar la loza en la cocina.
- Le pedí que me hiciera el favor de lavar la loza.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.