La oración es una unidad con significado que está delimitada entre pausas y que cuenta con una entonación propia. Relaciona un sujeto con un predicado, por lo que es imprescindible la presencia de un verbo.
El sujeto puede estar formado por uno o varios nombres, un pronombre (incluso combinados con otros elementos) o una oración subordinada sustantiva. Se relaciona directamente con el verbo y concuerda con él en número y persona.
El predicado se forma por un verbo, que es el elemento más importante (núcleo), y puede estar acompañado por complementos. Su función es la de expresar lo que se dice (lo que se predica) sobre el sujeto.
Si la oración es la relación de un sujeto con un predicado, ¿quiere decir que estos dos elementos deben estar siempre presentes? Veamos dos consideraciones sobre el sujeto:
Una oración puede tener un sujeto omitido. El sujeto existe, pero no aparece de forma expresa en la oración:
- (ellos/ellas) Son muy amables.
- (tú) Me has llamado por teléfono.
También es posible que una oración no tenga sujeto gramatical. Esto ocurre en las llamadas oraciones impersonales, donde no se hace referencia a ningún sujeto específico:
- Se está mejor en el campo que en la ciudad.
- Ayer llovió un poco.
Diferentes modalidades de la oración
Las oraciones poseen una melodía propia: una entonación que las caracteriza. Dicha entonación refleja la actitud del hablante (modo) sobre lo que pretende hablar. Por eso, nos encontramos con varios tipos de modalidades:
Las declarativas o enunciativas comentan un hecho:
- Mi primo tiene tres hijos.
- A su novia no le gusta la paella.
En las desiderativas se expresa un deseo o anhelo.
- ¡Que me toque la lotería de una vez!
- Ojalá apruebes el examen de conducir
En las dubitativas, el hablante expresa una duda:
- Es posible que me asciendan este año.
- Ese coche costará muchísimo dinero.
Las exclamativas transmiten emociones u otorgan énfasis:
- ¡Pero qué listo es mi hijo!
- ¡Cuántas veces te habré llamado esta semana!
En las interrogativas, el hablante realiza una pregunta:
- ¿Vas a venir esta noche a cenar?
- ¿Cuánto te ha costado el móvil nuevo?
En las exhortativas hay una intención de mandato, recriminación o advertencia.
- ¡Que no me envíes más correos!
- Siéntese en la camilla y respire hondo.
Oración simple, oración compleja y oración compuesta
El predicado cuenta con la presencia obligatoria de un verbo que tiene la función de núcleo porque es su componente más importante. Sin embargo, es posible que nos encontremos con más de un verbo en una oración.
Si una oración presenta un único verbo (o perífrasis verbal), nos encontramos ante una oración simple. Ejemplos:
- ¡Le encanta la pizza!
- Esa chica toca muy bien el piano.
- ¿Nos vemos esta tarde en la cafetería?
- Lleva trabajando toda la semana.
- Va a preparar una comida riquísima.
- Mis padres no han llamado todavía.
- ¡Entra en el coche de una vez!
Si en una oración nos encontramos con más de un verbo, estamos ante lo que se conoce como oración compleja y oración compuesta. Ejemplos:
- Mi jefe me llamó y me explicó el nuevo protocolo.
- Ni vengas ni me escribas.
- Me encanta la verdura, aunque prefiero el pescado.
- ¡No te imaginas lo cansada que estaba ayer!
- Los políticos, que se reunieron ayer, tomaron una serie de decisiones.
- El futbolista corrió, regateó, asistió y marcó un gol.
- Cuando llegó al cine, la película ya había empezado.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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