Infligir significa causar daño, herir o someter a una pena o castigo. Por su parte, el significado de infringir es incumplir las normas o leyes, no seguirlas. Inflingir no existe, sino que es resultado del cruce entre ambas palabras.
Infligir e infringir no deben usarse como sinónimos, pues tienen significados muy distintos. Sin embargo, suelen ser confundidas por los hablantes debido a que tienen cierto engañoso parecido en su grafía y sonido, es decir, su paronimia.
Significado de infligir
Infligir es un verbo que se puede usar en el sentido de causar daño, herir o lesionar. Asimismo, puede significar imponer un castigo a una persona. Como tal, la palabra proviene del latín del latín infligĕre, que significa ‘herir’, ‘golpear’.
Por ejemplo:
- Se infligió una herida en su propio pecho.
- Le han infligido diversos castigos para obligarlo a confesar.
Significado de infringir
Infringir se usa con el significado de quebrantar o no observar leyes, normas, reglas, órdenes. Su raíz latina es infringĕre.
Por ejemplo:
- Pretendían lograr sus objetivos a toda costa, incluso si eso significaba infringir las reglas.
- No toleraba que se infringieran las leyes, por eso se había hecho juez.
![](https://i0.wp.com/se-escribe.com/wp-content/uploads/2022/06/Catedratico-en-literatura.jpg?resize=100%2C100&ssl=1)
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.