Harto puede ser el verbo hartar en primera persona, que significa saciar o satisfacer, fastidiar o cansar, dar con abundancia o desmesura, o también puede ser el adjetivo harto, que se utiliza con el sentido de saciado, fastidiado o cansado, o de mucho o abundante.
Arto, por su parte, es el nombre con que se conoce un arbusto espinoso, comúnmente usado para ser plantado en los vallados o para formar setos.
Harto y arto son palabras homófonas, pues se pronuncian igual pero varían en su escritura, lo cual se debe a que en español la h en posición inicial de sílaba no representa ningún sonido. A continuación te explicamos cómo diferenciar una y otra a la hora de escribir.
Cuándo usar harto
Harto puede ser el verbo hartar conjugado en primera persona de singular de presente en modo indicativo; se emplea con el significado de saciar el hambre o la sed, satisfacer el deseo de algo, fastidiar o cansar a alguien, o dar con abundancia desmesurada.
Por ejemplo:
- Yo bebo hasta que me harto.
- A veces me harto de sus quejas.
Harto es también un adjetivo; se emplea con el significado de agobiado o cansado, de saciado de comida o de bebida, o de mucho o abundante.
Por ejemplo:
- Estoy harto de comer sopa.
- Llegué de la cena harto de vino.
- Tiene harto dominio del inglés.
También puede usarse como adverbio equivalente a muy, con gran intensidad o con mucha frecuencia.
Por ejemplo:
- El examen estaba harto fácil.
- Llueve harto, no creo que salgamos hoy.
- Antonio va harto al cine, ya ha visto todas las películas en cartelera.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.

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