Haré es el verbo hacer conjugado en primera persona de futuro; significa crear, producir o realizar, entre otras cosas. Aré, por su parte, es el verbo arar conjugado en primera persona de pretérito perfecto, y se usa con el sentido de trazar surcos en la tierra con un arado, o producir un efecto semejante sobre una superficie.
Haré y aré son palabras homófonas, pues se pronuncian exactamente igual, aunque se escriban de forma diferente. Por ello, conviene estar muy atentos para saber distinguir cuándo usar una y cuándo otra.
Cuándo usar haré
Haré es el verbo hacer conjugado en primera persona de singular de futuro en modo indicativo. El verbo hacer, como tal, tiene múltiples sentidos, que abarcan desde la idea de crear, producir, elaborar, realizar o fabricar alguna cosa, pasando por ejecutar, proceder o actuar en un asunto, hasta causar, ocasionar o producir algún efecto, entre otras cosas.
Por ejemplo:
- Si me voy vestida así, haré el ridículo nomás entrar.
- Haré la tarea cuando llegue a casa.
Cuándo usar aré
Aré es el verbo arar conjugado en primera persona de singular de pretérito perfecto en modo indicativo; significa remover la tierra con el arado, dejándole surcos en la superficie, o hacer o realizar en alguna cosa rayas o surcos, etc. La palabra, como tal, proviene del latín arāre.
Por ejemplo:
- Yo aré lo que pude hasta que cayó el sol.
- Aré la tierra a tiempo para la siembra.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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