El guion, también llamado guion corto, es un signo ortográfico auxiliar formado por una pequeña línea horizontal (-).
El guion puede emplearse tanto para dividir palabras como para unir términos independientes. Sirve para señalar la vinculación entre elementos por él relacionados: partes de una misma palabra, o palabras, signos o elementos con determinado vínculo semántico.
Cómo usar el guion (-)
División de palabras
El guion se usa para dividir aquellas palabras que no caben completas al final de una línea o renglón, y que deben separarse y escribirse, en parte, en la línea de abajo. Esta separación se hace respetando los criterios de división silábica.
Por ejemplo:
- Aparta-mento
- Are-na
- Cosmo-visión
- Situa-ción
- Em-peño
Unión de palabras y otros elementos
El guion también puede utilizarse para formar determinado tipo de compuestos en que se unen dos palabras, o una palabra y un elemento. En estos casos, el guion es indicativo de que entre estos elementos hay una relación semántica; no obstante, ambos términos conserven su independencia referencial.
Por ejemplo:
- Centro Ítalo-Venezolano
- Ciudad-Estado
- Espacio-tiempo
- Hombre-lobo
- Hispano-mexicano
- Sofá-cama
- Pro-OTAN
- Anti-Trump
Puede ocurrir que el primer término se asimile como un prefijo, en cuyo caso desaparece el guion y los dos términos se unen en la escritura. Por ejemplo: agridulce, altibajo, pelirrojo, boquiabierto, pelicano, anteayer, etc.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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