La palabra religión proviene del latín religio, religiōnis. Sin embargo, su etimología, origen y significado es objeto de polémica.
Una de teoría afirma que este vocablo se forma a partir del prefijo intensivo latino re-, y el verbo ligāre, que vendría a significar ‘ligar’, ‘amarrar’ o ‘atar’.
Así, pues, la palabra religión vendría a referirse al fuerte vínculo o unión que se genera entre Dios o los dioses y las personas, gracias a las creencias.
Otra teoría indica que el término religión deriva del verbo latino relegere, que significa ‘tratar con cuidado’, lo cual vendría a evocar el sentimiento de temor, cuidado y observancia de la propia conducta que Dios suscita en los creyentes.
Como sea, lo cierto es que la palabra religión en español hoy en día se refiere al conjunto de creencias, prácticas rituales, dogmas y normas morales que están relacionados con Dios o con que cada cultura tiene de la divinidad.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.