La voz ética proviene del latín ethĭcus, que deriva a su vez del griego ἠθικός (ēthikós).
La palabra ética está emparentada con la voz griega έθoς (éthos), que significa ‘costumbre’, pues la ética es una rama de la filosofía que surge a partir de la reflexión de las costumbres, de aquello que es considerado normal y, por lo tanto, bueno.
En este sentido, la ética se enfoca en las acciones y las conductas de los individuos, y estudia los fundamentos de nuestros comportamientos habituales para distinguir lo bueno de lo malo, lo que está bien y de lo que está mal.
Actualmente, la ética se considera la parte de la filosofía encargada del estudio y la reflexión de las normas morales que rigen la conducta de las personas en todos los ámbitos de su vida.
Por esta razón, la ética se distingue de la moral, que es el conjunto de reglas que guían la conducta de los individuos en la sociedad.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.