El idioma español, a diferencia de otras lenguas como el inglés, usa tildes o acentuación en ciertas palabras. Muchas veces esta acentuación puede cambiar por completo el significado de un término que de otra manera sonaría igual, con o sin tilde. En este artículo veremos el caso de está, esta o ésta, y analizaremos cuándo se debe usar una u otra forma.
Esta
Cuando no lleva tilde alguna, entonces el término es un adjetivo demostrativo femenino, y siempre va a tener la particularidad de que va siempre antes de un sustantivo. Se usa «esta» para referirse a un objeto o persona. Ejemplos:
- Esta casa es muy acogedora.
- No me gusta esta idea.
- Por favor, dame esta oportunidad para intentarlo.
Como es un adjetivo, tiene la propiedad de modificar el sustantivo al cual precede (cambiándole el género).
Ésta
Aquí vemos que se pone la tilde en la primera letra, y en este caso estamos hablando de un pronombre demostrativo femenino.
Hay que notar que desde 2010, la RAE recomienda no tildar ningún adjetivo demostrativo (aquel, ese, este), aún cuando se incurra en casos de ambigüedad. ¿Por qué? Pues bien, lo que sucede es que el pronombre demostrativo esta es tónico, y es además una palabra llana que acaba en vocal, por lo que entra en el grupo de términos que no necesitan llevar tilde.
Por lo tanto, antes debíamos escribir con tilde en ejemplos como estos:
- Tengo muchas casas; ésta es la que más me gusta
- ¡Cuantas flores! Me atrae ésta.
Ahora, con la resolución de la RAE, habrá que evitar la tilde en frases como estas.
Está
Cuando la tilde va en la última letra, estamos hablando de un significado totalmente diferente a los anteriores, pues ahora se trata de una conjugación del verbo estar. Más concretamente, se refiere a la 2ª y 3ª del presente de indicativo (singular). Ejemplos:
- La casa está temblando ahora
- Mi situación está muy complicada
- ¿Está ud. de acuerdo?
Teniendo en cuenta la explicación de cada uno de los casos, solamente queda memorizarlos para poder aplicarlos correctamente cada vez que necesites usarlas en un texto. ¡Buena suerte!
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.