Lo correcto es espurio. La forma espúreo es una ultracorrección y, por lo tanto, una falta ortográfica que debemos evitar al hablar y escribir.
La ultracorrección o hipercorrección es un fenómeno lingüístico en el cual incurrimos al modificar, de manera deliberada, una palabra que está correctamente formada, pues tenemos la impresión de que hay una incorrección en ella que no es tal.
Es el caso de la palabra espurio, en que, para evitar la tendencia coloquial que tenemos en la lengua española de convertir el hiato -eo- en el diptongo -io-, tal como ocurre con palabras como petróleo (petrolio), peor (pior) o aéreo (aerio), corregimos innecesariamente la expresión diciendo y escribiendo espúreo.
Tal es la confusión con esta palabra, que no solo es usada de esta manera por personas cultas, sino que ha sido así empleada a lo largo de los años por escritores consagrados de la lengua, como César Vallejo, Leopoldo Lugones, José Martí, Benito Pérez Galdós o Pío Baroja.
Pese a todo esto, lo correcto será siempre escribir y pronunciar espurio, que proviene del latín spurius, y que funciona como adjetivo para indicar que algo o alguien es falso, fingido o ilegítimo, o que una persona es bastarda.
Por ejemplo:
- Semejantes declaraciones por parte de presidente invitan a un uso espurio de las instituciones del Estado.
- Bajo el espurio pretexto de derrocar a una supuesta dictadura, han aprobado la invasión de un Estado soberano.
- En medio de todo aquel asunto, lo que había era un negocio espurio.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.