Espiar puede significar observar o acechar a alguien o algo de manera disimulada, o intentar conseguir información secreta sobre una nación o empresa. Expiar, en cambio, tiene el significado de pagar alguien sus culpas o padecer una persona las consecuencias de sus faltas.
Son consideradas palabras parónimas, pues, pese a que son similares en su grafía y pronunciación, no son no son exactamente iguales.
Cuándo usar espiar
Espiar es un verbo; significa observar o acechar con disimulo a alguien o algo, o intentar obtener información secreta sobre un país o una empresa
Por ejemplo:
- Desde su ventana la anciana espiaba lo que sucedía en la calle.
- En los tiempos de la guerra fría era muy común que ambas potencias se espiaran entre sí.
Cuándo usar expiar
Expiar es un verbo; se emplea con el significado de borrar alguien sus culpas o purificarse por medio de un sacrificio, o de padecer una persona las consecuencias de sus errores o desaciertos, también se utiliza con el sentido de purificar una cosa profanada.
Por ejemplo:
- Hizo el camino hasta el santuario de la virgen de rodillas para expiar sus pecados.
- Estaba en prisión expiando sus crímenes contra la sociedad.
- La comunidad ha expiado a la iglesia después de los saqueos.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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