Esotérico se refiere a algo oculto o reservado, así como a aquello que es inaccesible o de difícil comprensión, como las ciencias ocultas. Exotérico, al contrario, designa a todo aquel conocimiento o doctrina que es accesible a todos.
En este sentido, esotérico y exotérico son palabras parónimas, puesto que, aunque se escriban y pronuncien de forma similar, no significan lo mismo, pero son también, a su vez, términos antónimos, pues designan conceptos opuestos.
Cuándo usar esotérico
Esotérico es un adjetivo; se emplea para designar algo que es oculto o reservado, o que resulta hermético o inaccesible para los no iniciados. La palabra, como tal, proviene del griego ἐσωτερικός (esōterikós), que deriva de ἐσωτέρω (esōtérō), y que significa ‘más adentro’. Su antónimo es exotérico, voz parónima.
Por ejemplo:
- Conversaban sobre asuntos esotéricos con la ilusión más peregrina.
- Desde chico, su padre lo sentaba a leer libros esotéricos.
Cuándo usar exotérico
Exotérico es un adjetivo; se refiere a algo (un conocimiento, una doctrina) que es común y accesible a todos. La voz proviene del latín exoterĭcus, y esta, a su vez, del griego ἐξωτερικός (exōterikós), que deriva de ἐξωτέρω (exōtérō), que significa ‘más afuera’. La palabra, como tal, es antónima de esotérico, que es su parónima.
Por ejemplo:
- Los filósofos añadieron a su doctrina exotérica otra de carácter iniciático.
- El arte exotérico de Antonio Campos admiraba al público de la exposición, acostumbrado a obras conceptuales.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
Deja una respuesta