Escarbar y excavar no significan la misma cosa. Escarbar significa remover la tierra, limpiar los dientes o los oídos, avivar una lumbre o preguntar hasta averiguar una cuestión. Excavar, en cambio, se emplea con el sentido de hacer hoyos o cavidades en la tierra. A continuación te explicamos en detalle cuándo usar una y otra palabra.
Cuándo usar escarbar
Escarbar es un verbo; significa remover la tierra de manera repetida, como lo hacen algunos animales. También se usa con el sentido de limpiar los dientes u oídos sacando la suciedad, avivar la llama moviéndola con un badil, o preguntar con curiosidad e insistencia para averiguar algo. La palabra, como tal, procede del latín scarifāre, que significa ‘rascar’ o ‘rayar superficialmente’.
Por ejemplo:
- El perro escarba la tierra para sacar el hueso enterrado.
- Mientras se escarbaba los oídos, conversaba con su mujer.
- Los niños contaban historias de terror mientras el guía explorador escarbaba la fogata.
- El detective escarbó hasta llegar al fondo de la cuestión.
Cuándo usar excavar
Excavar es un verbo; significa hacer hoyos, zanjas o cavidades en la tierra. La palabra proviene del latín excavāre.
Por ejemplo:
- Excavaron todo el día sin dar con nada de valor.
- El labrador excavó en la tierra un agujero para hacer un pozo de agua.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.