Enseres es un sustantivo plural que se refiere al conjunto de utensilios que son comunes a las casas. Enceres, en cambio, es el verbo encerar, que significa manchar con cera o aplicar cera en una superficie.
Enseres y enceres son palabras homófonas en la mayor parte del universo hispanohablante, donde s y c (antes de e, i) se pronuncian exactamente igual. En España, donde sí hay oposición fonética entre ambas letras, son consideradas palabras parónimas.
Cuándo usar enseres
Enseres es un sustantivo en su forma de plural; se refiere al conjunto de utensilios, muebles o instrumentos que se consideran necesarios en una casa, para la vida doméstica, o para una profesión determinada.
Por ejemplo:
- La casa que alquilamos ya tenía todos los enseres.
- Lo más fastidioso de la mudanza es guardar los enseres.
- El doctor acabó de traer sus enseres para instalarse en el pueblo definitivamente.
Enseres también puede ser el verbo enserar en su forma de segunda persona de singular de presente en modo subjuntivo. Significa cubrir o forrar algo con sera de esparto con la finalidad de protegerlo contra el desgaste. Por ejemplo: “Estoy esperando que enseres la cesta”.
Enseres también puede ser el verbo enserir segunda persona de singular de presente en modo indicativo. Significa adicionar una palabra, nota o texto en un escrito. Es una palabra en desuso. Por ejemplo: “Te pido que enseres a pie de página lo que él dice al respecto”.
Cuándo usar enceres
Enceres es el verbo encerar conjugado en segunda persona de singular en modo subjuntivo. Significa aplicar cera en una superficie, o manchar algo con cera. También se usa con el sentido de espesar la cal o, en referencia a la mies, tomar color de cera.
Por ejemplo:
- Alonso, quiero que enceres el piso de la sala.
- Ten cuidado con la vela, no sea que enceres el mantel de la casa.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.