La forma correcta es dijiste. Dijistes es una incorrección relativamente común, propia de la lengua coloquial, que es conveniente evitar.
Dijiste es el verbo decir conjugado en segunda persona de singular de pretérito perfecto en modo indicativo. Significa manifestar o expresar algo con palabras, o asegurar o sostener una idea u opinión, entre otras cosas.
Por ejemplo:
- Tú le dijiste que no se preocupara.
- Ayer dijiste que podíamos venir a esta hora.
- Le dijiste una sarta de idioteces a Marta.
Cuando decimos dijistes estamos incurriendo en un error bastante común en la lengua coloquial que supone agregar una -s al final en la segunda persona de pretérito de indicativo. La causa de esta incorrección es la analogía que establecen equivocadamente los hablantes con el resto de las segundas personas de singular del resto de los tiempos verbales, que sí llevan -s final, como, por ejemplo: dices, decías, dirás, dirías, digas, dijeres, dijeses o dijeras. De hecho, este error no es exclusivo del verbo decir, sino que se extiende a otros verbos.
Modelo de conjugación del verbo decir en pretérito perfecto de modo indicativo:
- Yo dije
- Tú dijiste
- Vos dijiste
- Usted dijo
- Él/ella dijo
- Nosotros/nosotras dijimos
- Vosotros/vosotras dijisteis
- Ustedes dijeron
- Ellos/ellas dijeron

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
Deja una respuesta