Como dígrafo se denomina la secuencia de dos letras que representa un solo sonido. Los dígrafos no son considerados letras, pues una letra es un grafema, es decir, un signo gráfico simple. En cambio, el dígrafo es una secuencia de grafemas o letras.
En la lengua española existen únicamente cinco dígrafos, además de las veintisiete letras del abecedario:
- Dígrafo ch, también conocido como che, representa al fonema /ch/. Por ejemplo: chapa, caucho, cancha, chévere, chorizo.
- Dígrafo ll, también conocido como elle, representa el fonema /ll/ o /y/. Por ejemplo: llanto, llamar, callar, collar, collado.
- Dígrafo gu, representa al fonema /g/ ante e, i. Por ejemplo: guitarra, guerra, comulgue, guíe, cuelgue.
- Dígrafo qu, representa al fonema /k/ ante e, i. Por ejemplo: quitar, quizá, querer, catequesis, toque.
- Dígrafo rr, representa al fonema /rr/ en posición intervocálica. Por ejemplo: carro, recorrer, cigarrillo, curri, carretera.
Conviene recordar que, anteriormente, los dígrafos ch y ll eran considerados como letras del abecedario, pues eran los únicos que representaban de forma exclusiva un fonema en español, y, por lo tanto, cada uno contenía su respectiva entrada dentro del diccionario.
Los otros dígrafos, en cambio, no eran exclusivos de un fonema y, por ejemplo, gu también representaba el sonido de la g ante a, o, u (gato, gota, gula); el fonema /k/, del dígrafo qu, también se realiza con la letra c ante a, o, u (casa, cosa, cuento) o con la k (kilo, kelvin); y el fonema /rr/, correspondiente a la rr, también se realiza con r en posición inicial de palabra (rápido, raudo, rama) o a continuación de una consonante con la cual no forma sílaba (alrededor, enroscar).

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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