La diéresis, también conocida como crema, es un signo ortográfico que sirve para indicar que la vocal a la que afecta debe ser pronunciada.
La diéresis es un signo que está formado por dos puntos situados horizontalmente uno con respecto al otro (¨). Se escribe sobre una vocal, generalmente la u, aunque también puede aparecer asociado, en poesía, a las demás vocales, como veremos más adelante.
Uso común de la diéresis
En el sistema ortográfico español actual, la diéresis únicamente se emplea para señalar el valor fónico de la u cuando aparece precedida por la letra g y seguida de e o i.
Por ejemplo:
- Halagüeño
- Agüero
- Ungüento
- Sinvergüenza
- Pingüe
- Exangüe
- Degüello
- Lingüística
- Pingüino
- Argüir
La ausencia de diéresis, por su parte, sirve para diferenciar los casos donde la u forma parte del dígrafo gu y no tiene ningún valor fónico para la pronunciación.
Por ejemplo:
- Guerra
- Hoguera
- Guitarra
- Ceguera
- Conseguir
Uso de la diéresis en poesía
La diéresis también era utilizada para la poesía con un uso que es ajeno a nuestra ortografía actual.
En los textos poéticos, la diéresis aparecía sobre uno de los elementos de una secuencia vocálica (no solamente la u, también afectaba a la a, e, i, o) con el fin de indicar que la vocal debía ser pronunciada como perteneciente a una sílaba distinta. Era común verla, sobre todo, en diptongos.
Por ejemplo:
Oh siempre glorïosa patria mía.
En el anterior verso de Luis de Góngora, la -ï-, que normalmente se pronunciaría como parte del diptongo -io-, pasa a formar una sílaba con la consonante precedente -r-, dejando que la vocal que la acompaña en la secuencia (la -o-) forme una sílaba por sí sola, es decir, se produce un hiato. Así, en lugar de pronunciarse glo-rio-sa, se tenía que articular glo-ri-o-sa.
Esto se hacía por motivos de métrica, pues así el verso donde aparecía la diéresis contaba una sílaba más. En el caso del fragmento citado de Góngora, el poema era un endecasílabo, por lo tanto era necesario forzar el diptongo para que hubiera once sílabas en lugar de diez.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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