La palabra electricidad proviene del griego ἤλεκτρον (ḗlektron), que significa ‘ámbar’. Pero, ¿cómo la palabra griega para ámbar pasó a designar en español al fenómeno conocido como electricidad?
El ámbar es una resina de origen vegetal, de colores que van del amarillo al miel y al marrón, que es producida por algunos árboles, y la cual, al ser frotada, revela propiedades eléctricas.
El primero en observar y apuntar este fenómeno fue el filósofo griego Tales de Mileto, quien, hacia el año 600 a. de C., se dio cuenta de que si una barra de ámbar era frotada con piel o lana, esta producía un fenómeno de atracción sobre objetos pequeños o ligeros, como las plumas.
Es debido a esto que el científico inglés William Gilbert, en el siglo XVII, tomando el término de la voz griega ḗlektron, denominaría a este fenómeno (que hoy conocemos como electricidad estática) como electricidad.
Hoy en día, sin embargo, llamamos electricidad al conjunto de fenómenos que son producto del movimiento y la interacción de las cargas positivas y negativas de los cuerpos.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.