Cuórum es la adaptación al sistema ortográfico español de la palabra latina quorum. Se refiere al número de individuos que es necesario para que un cuerpo deliberante tome decisiones o llegue a acuerdos válidos, asimismo, es la proporción de votos favorables que se necesita para que haya acuerdo.
Por ejemplo:
- Debía haber cuórum para que el texto constitucional fuese aprobado.
- Debido a la ausencia de dos miembros de la asamblea, no hubo cuórum y el tema no fue tratado.
La letra q solo se emplea en español como parte del dígrafo qu, que representa el fonema /k/ ante las vocales e e i. En el resto de las posiciones, el fonema /k/ es representado con la letra c (casa, cosa, cuarto), mientras que en préstamos de otras lenguas se usa la letra k (kilo, karaoke).
De modo que, en nuestro sistema ortográfico, la letra q no se emplea de manera independiente con valor fónico propio. Así, para palabras provenientes de otras lenguas, cuyas grafías etimológicas tengan una q que por sí sola represente el sonido /k/, lo aconsejable es sustituir esa q por grafías propias de la lengua española, lo cual se aplica a la palabra latina quorum, que, según la Real Academia Española, se escribe cuórum. Su plural es cuórums, aunque persiste cierta tendencia del uso del plural invariable los cuórum.
Por otro lado, si se opta por mantener la grafía etimológica quorum, la voz pasaría a considerarse como un extranjerismo no adaptado, por lo que deberá escribirse en cursiva y sin tilde. Por ejemplo: «El proyecto de ley será votado cuando haya quorum.
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Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.