Tanto converger como convergir son formas admisibles de escribir este verbo, aunque la más frecuente entre los hablantes es converger. Significa concurrir o dirigirse varias cosas a un mismo punto o juntarse en él. La palabra, como tal, proviene del latín convergĕre.
Converger y convergir son verbos regulares. Debido a que se diferencian en la raíz, solo en determinadas formas su conjugación no coincide.
En converger, por ejemplo, se distinguen las formas convergés, convergemos y convergéis, del presente indicativo; convergeré y convergerás, del futuro; convergería y convergerías, del condicional o pospretérito, y convergé y converged del imperativo.
Por ejemplo:
- El presidente y yo convergemos en que debemos llegar a un acuerdo rápidamente.
- Convergería contigo si me dieses un aliciente.
- Les dije que convergeré con ellos en la carretera.
En convergir, por su parte, no coinciden con el modelo de conjugación de la forma converger las formas verbales convergimos y convergís, de presente indicativo; convergiré y convergirás, de futuro; convergiría y convergirías, de condicional o pospretérito, y convergí y convergid, de modo imperativo.
Por ejemplo:
- Luis y yo siempre convergimos en el camino.
- Hablé con Alicia y le dije que convergiré con ella en la reunión.
- Este punto convergiría con este si no se hubiere desviado cinco grados.
Por otro lado, es conveniente evitar las formas en que se cambia la -e- de la raíz por la -i-, como convirgió por convergió, convirgieron por convergieron, convirgiera por convergiera.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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