Comoquiera, escrita en una palabra, significa ‘de cualquier manera’. En cambio, como quiera, en dos, es una combinación ocasional del relativo como y la forma verbal quiera, que significa ‘del modo que desee’.
Cuándo usar comoquiera
Comoquiera es un adverbio de modo; se emplea con el significado de ‘de cualquier manera’, ‘sea cual sea el modo’.
Por ejemplo:
- Aunque se publique el presupuesto de la institución, el caso de los sobornos, comoquiera, no debe tornarse polémico pues ya hay en marcha una investigación interna.
- Comoquiera, hicimos acopio de fuerzas y salimos a enfrentar la situación.
- Comoquiera que lo hagamos, seremos criticados.
La locución comoquiera que, por su parte, se emplea con sentido causal. Significa ‘dado que’, ‘puesto que’ o ‘como’.
Por ejemplo:
- Comoquiera que heredara el trono, abandonó su país en 1711 con destino a Viena.
- Comoquiera que hemos resuelto el disenso, podemos continuar con la discusión.
Cuándo usar como quiera
Como quiera es una combinación formada por el relativo como y la forma verbal del verbo querer en primera o tercera persona del singular del presente de subjuntivo quiera. Se utiliza para significar ‘del modo que desee’ la persona designada por el sujeto de la oración.
Por ejemplo:
- Déjala que se comporte como quiera.
- Haga el trabajo como quiera.
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Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.