Cómo se escribe ¿Yaga o Llaga?
La pronunciación de la «y» y la doble ele («ll») es básicamente la misma en español para la mayoría de los países hispanohablantes, lo que puede llevar a que muchos no tengan certeza cómo escribir correctamente ciertas palabras que contengan estas letras.
Abordaremos un caso típico de esta problemática al analizar cómo se escribe: yaga o llaga. Lo cierto es que ambas palabras existen en español, si bien veremos que tienen usos bastante diferentes, como podremos ver a continuación.
Cuándo usar yaga
El término «yaga» no existe como sustantivo, por lo que si planeabas escribirlo como tal, estarías cometiendo una falta ortográfica. Por lo tanto, «yaga» solo existe como una conjugación del verbo yacer, el cual equivale a «estar echada o tendida una persona» o «estar en la fosa o en el sepulcro». Más específicamente, yaga corresponde a la primera y tercera persona en singular («yo»/»el, ella») del presente de subjuntivo de yacer.
Sin embargo, «yaga» se puede usar indistintamente junto a «yazca» o «yazga», siendo entonces las 3 formas correctas para referirse a la misma conjugación en primera y tercera persona de subjuntivo.
Ejemplos:
- Para que un cadáver yaga/yazca/yazga de esa forma en la sepultura, quiere decir que fue asesinado.
- Que el perro yaga/yazca/yazga de lado al dormir significa que está muy cómodo.
Cuándo usar llaga
El término llaga sí existe como sustantivo por lo que lo más probable es que estuvieras pensando en este caso, el cual es mucho más usado que «yaga». Si buscamos en la RAE, veremos que «llaga» se define como «úlcera de las personas y animales», aunque también tiene una sentido más general al referirse a un daño o infortunio que causa pena, dolor y pesadumbre.
Ejemplos:
- Favor mantener limpia cualquier llaga o herida abierta con un paño o vendaje.
- El haber perdido a su hijo es una llaga que ella llevará por siempre en su corazón.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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