Cómo se escribe ¿Vicisitud o Visicitud?
La forma correcta de escritura es vicisitud, puesto que visicitud no existe en el idioma español, por lo que escribir el término de esta última forma es caer en un error ortográfico.
Cómo usar vicisitud
El término vicisitud se refiere al orden sucesivo o alternativo de algo pero también puede significar un cambio o alternativa de sucesos prósperos y adversos. En otras palabras, vicisitud expresa la condición de una situación que se vuelve cambiante, haya sido ese cambio esperado o no.
De hecho, vicisitud es probablemente el término más utilizado para indicar los cambios de fortuna que ocurren durante la vida, como por ejemplo, el pasar de la salud a la enfermedad, de la pobreza a la riqueza, de la infelicidad a la felicidad, etc.
Siendo así, cuando alguien se refiere a las “vicisitudes de la vida”, se estará refiriendo a las diferentes vivencias que le tocó pasar, hayan sido positivas o negativas. Podemos incluir entre ellas a acontecimientos que marcan nuestra existencia, se incluyen momentos felices, como el nacimiento de un hijo, la compra de una casa o nuestro matrimonio, pero también se pueden incluir eventos menos afortunados como la muerte de un familiar, la ruina económica, o un quiebre matrimonial.
Ejemplos:
- Entre las vicisitudes de la vida están desde el nacimiento de un hijo hasta la muerte de un padre, entre otros eventos.
- Tuve que vivir muchas vicisitudes en mi periplo por el extranjero.
- Es imposible anticiparse a las vicisitudes de la suerte.
Sinónimos de vicisitud
- Suceso
- Incidente
- Alternativa
- Dilema
- Acontecimiento
- Cambio

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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