Cómo se escribe ¿Oscuro u Obscuro?
Hoy hablaremos de oscuro y obscuro, 2 opciones para describir un concepto relacionado con la falta de luz, y que confunde a muchos por la duda que genera si incluir la «b» o no en la primera sílaba, como en el caso de obsceno u osceno y septiembre o setiembre. La mejor manera de mejorar la ortografía sin duda que es leer frecuentemente, y esto lo puedes comenzar a lograr buscando un libro que te motive, y leer un poco en las noches antes de acostarte.
La palabra obscuro existe en la RAE, por lo que forma parte del idioma español, pudiendo usarse indistintamente con la palabra oscuro, cuya definición veremos a continuación.
La palabra oscuro entonces se puede usar del mismo modo que obscuro, y sus significados se muestran a continuación:
- Que carece de claridad o luz.
Ejemplo: Este es un cuarto oscuro por no tener ventanas. - Denota a un tono o color parecido al negro.
Ejemplo: Me gusta esta tonalidad oscura en tu vestido. - Difícil de comprender, confuso.
Ejemplo: El libro presenta un lenguaje oscuro. - Incierto, poco optimista.
Ejemplo: El panorama es oscuro ya que mañana debemos pagar las cuentas. - Que comprende algo sospechoso.
Ejemplo: Ambos se metieron en una situación oscura.
La palabra oscuro tiene varios sinónimos, entre los que mencionamos:
- Falto de luz: sombrío, apagado, negro, opaco, anochecido, cerrado, nocturno, eclipsado.
- De aspecto que inspira miedo: Lúgubre, tenebroso, sombrío, fúnebre, lóbrego.
- De poca claridad: Confuso, incomprensible, impenetrable, ambiguo, dudoso, incoherente.
- Sin certeza: Incierto, azaroso, turbio, misterioso, inseguro.
- Sin sol: Nublado, cerrado, encapotado, cubierto, nuboso.
Cómo se dice oscuro en otros idiomas
La palabra oscuro tiene las siguientes traducciones en los idiomas europeos:
- Catalán: fosc
- Portugués: escuro
- Alemán: dunkel
- Inglés: dark, black, gloomy (tenebroso)
- Francés: sombre, foncé (color)
- Italiano: scuro

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
Deja una respuesta