Cómo se escribe ¿Impropio o Inpropio?
La rapidez con la que se habla en ocasiones altera la pronunciación de algunas consonantes, y a base de repetir esos fallos, se reflejan también en la escritura. En este caso, veremos si la palabra se debe incluir una «m» o «n» en su escritura, al comentarte cómo se escribe: impropio o inpropio.
Algunos ejemplos de dudas de escritura que vale la pena echar un vistazo son hecho o echo, abrir o habrir, deshaucio o desahucio y sustancia o substancia, entre otros.
Para solventar esas dudas, a continuación distinguiremos la forma correcta de escribir entre impropio e inpropio.
Esta es la forma correcta de escribir la palabra. Te mostramos sus diferentes significados según la RAE y otros diccionarios:
- (Adjetivo) Algo o alguien que no se corresponde con las circunstancias o que es extraño a ellas.
Ejemplo: A los invitados les pareció impropio que invitará a su expareja a la boda. - (Adjetivo) Falta de las cualidades convenientes según las circunstancias concretas.
Ejemplo: Su comportamiento era impropio de un hombre adulto; se encabritaba con nada y nunca aceptaba que le llevasen la contraria.
‘Inpropio’ es una palabra mal escrita que no se encuentra en ningún diccionario, por lo que no debe utilizarse en ningún caso.
Para que puedas comunicarte con mayor riqueza de lenguaje, pon atención a los principales sinónimos de impropio:
- Improcedente
- Ajeno
- Chocante
- Falso
- Incongruente
- Inadecuado
- Incorrecto
- Inadmisible
- Extraño
- Inconveniente
Explicaciones ortográficas adicionales
“Impropio” conserva la gramática etimológica del latín, cuya escritura es “improprius”, que se ha ido adaptando al idioma español sin perder su esencia. Como ayuda para no cometer el mismo error, puede apoyarse en la siguiente regla:
Se escribe siempre “m” antes de la consonante “p”. Ejemplos: Amplio, amperímetro, empezar, emancipación, importante, etc.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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