Cómo se escribe ¿Feminidad, Femineidad o Femeneidad?
Muchas veces queremos expresar un concepto, sea de forma verbal o escrita, y nos confundimos al tener más de un término en nuestra mente, lo cual puede llevarnos a cometer algunos errores ortográficos y de expresión. En este artículo veremos un caso de esto al mostrarte cómo se escribe: femeneidad, femineidad y feminidad.
Algunos ejemplos de dudas de escritura en relación a términos parecidos entre sí son cualquier, cualquiera o cualesquiera, substancia o sustancia, cociente o cuociente y decomiso o comiso, entre otros. Pon atención porque a continuación te mostramos cómo escribir entre femeneidad, femineidad o feminidad.
El término ‘femeneidad’ no existe en el español porque si lo buscamos en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) veremos que no está registrado allí. Por lo tanto, si ves frases del estilo “el concepto de femeneidad ha ido variando con el tiempo”, debes saber que no están bien escritas.
Ahora bien, si hacemos la búsqueda de ‘femineidad’ en la RAE, veremos que sí existe en nuestra lengua y su definición básica es ‘cualidad de femenino’ o ‘cualidad de femíneo’. Ejemplos del uso de femeneidad:
- Su femeneidad sorprende a quienes la consideraban una déspota en el trabajo.
- La femeneidad de una mujer resalta hasta en los pequeños modales.
Feminidad
El término ‘feminidad’ también forma parte del idioma español y, en resumidas cuentas, tiene el mismo significado de femineidad, esto es, hace referencia a la cualidad del femenino. Ejemplos de su uso:
- Su feminidad brillaba mientras bailaba en el ballet.
- A esta casa le vendría bien un toque de femenidad.
Esperamos te haya quedado claro que feminidad y femineidad existen en el español y son sinónimos, por lo que debes evitar escribir los términos femenedad o femeneidad, ya que están incorrectos.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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