Las palabras en español pueden tener el género masculino o el género femenino, al contrario de otros idiomas como el inglés. Estos géneros los aprendemos desde niños por lo que normalmente no nos presentan problemas, salvo en el caso de algunas palabras en donde queda la duda sobre cuál usar. Es lo que veremos en este artículo, sobre si escribir el agua o la agua.
Algunos ejemplos similares de dudas respecto al género del artículo se ven en casos como el área o la área, el ala o la ala, el águila o la águila y el aula o la aula, entre otros.
La palabra ‘agua‘, según el Diccionario de la Real Academia Española, es un sustantivo femenino, por lo que deberíamos usar el artículo femenino junto a ella. No obstante, existe una regla fonética que estipula que los sustantivos femeninos que comienzan con la a tónica (esto es, que lleva el acento en la pronunciación), en realidad deberán ir junto al artículo masculino. Siendo así, deberíamos escribir ‘el agua‘. Algunos ejemplos:
- El agua de la ducha está muy fría.
- Vierte el agua del grifo en el jarrón.
Esta regla, sin embargo, tiene unas pocas excepciones, ya que no es válida para palabras recientemente incorporadas al español que son sustantivos que se refieren a seres sexuados, y un ejemplo claro de esto es árbitra, que debiera escribirse como la árbitra. Por otra parte, los demostrativos (este, esta, aquel, aquella, etc.) sí deben ser femeninos:
- Esta agua no se puede tomar.
- Aquella agua es más pura que esta.
Por lo tanto, ‘la agua’ no es válida escribirla así en español, debiendo preferirse la escritura como ‘el agua’. Sin embargo, como vimos, los adjetivos que acompañan la palabra agua sí deben ser femeninos:
- Mucha agua
- El agua es fría
- Toda el agua
Cómo se dice agua en otros idiomas
Te podrá ser útil saber cómo traducir la palabra agua en otras lenguas, así que pon atención pues te lo mostramos:
- Ingles: water
- Francés: eau
- Italia: acqua
- Portugués: água
- Catalán: aigua
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.