En el español es frecuente confundirse en la escritura de las palabras cuando se trata de saber si va con ‘c’ o ‘s’, ya que ambas consonantes suenan idénticas cuando van seguidas de ciertas vocales. En este artículo abordaremos un caso típico de esta problemática analizando cómo se escribe discípulo o dicípulo.
Algunos ejemplos de dudas de escritura en relación al uso de la ‘c’ y la ‘s’ son escena o esena, conciente o consciente, consciencia o conciencia y descendencia o decendencia, entre otros.
La palabra ‘dicípulo‘ no es recogida por el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) por lo que no forma parte del idioma español. Siendo así, frases como ‘los dicípulos de Jesús’ o ‘un pensador dicípulo de Platón’ no son correctamente escritas.
La forma correcta de escritura es ‘discípulo‘, que según la RAE y otros diccionarios significa ‘persona que aprende una doctrina o idea siguiendo la tutela de un maestro’:
- Jesús tenía 12 discípulos.
- Un discípulo de kung fu que aprende del maestro shaolin.
Así tambén, ‘discípulo‘ puede referirse a alguien que sigue una escuela de pensamiento aunque haya nacido muchos años después de que esta haya sido creada:
- Él es un pensador contemporáneo que se define como un discípulo de la filosofía de Platón.
- Un político considerado discípulo de los postulados de Marx.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.