Cómo se escribe ¿Desierto o Decierto?
La forma correcta de escritura es desierto. Por otra parte, escribir «decierto» es una incorrección lingüística que debe evitarse siempre.
Desierto y decierto tienen la misma pronunciación por lo que son palabras homófonas. Cuando esto sucede, no es raro que haya problemas para saber cuál es la palabra correcta. Ahora que ya tienes claro que es «desierto», te mostramos su definición.
Definición de desierto
El término «desierto» significa: «despoblado, solo, inhabitado». También puede referirse a un lugar en donde nadie vive, o bien indica el territorio arenoso o pedregoso, que por la falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa.
Ejemplos:
- Este galpón está desierto. Aquí no hay ninguna fábrica.
- Me gusta ir al desierto y ver los cactus.
- Esta es una ciudad casi desierta; se ve que vive muy poca gente.
Desierto también se usa para referirse a un evento que no ha tenido adjudicatario o ganador.
- Esta licitación se ha declarado desierta ante la falta de participantes.
- La subasta ha quedado desierta por falta de interesados compradores.
Sinónimos de desierto
- Despoblado
- Inhabitado
- Solo
- Abandonado
- Solitario
- Vacío
- Deshabitado
Cómo se dice desierto en otros idiomas
Cuando nos referimos al lugar geográfico donde casi nunca llueve, te mostramos cómo se traduce desierto en otros idiomas:
- Cómo se dice desierto en inglés: desert
- Cómo se dice desierto en francés: désert
- Cómo se dice desierto en italiano: deserto
- Cómo se dice desierto en catalán: desert
- Cómo se dice desierto en portugués: deserto

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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