Cómo se escribe ¿Desconfianza o Desconfiansa?
La forma correcta de escritura es «desconfianza«, con la letra zeta, ya que el término «desconfiansa» no existe en el español. En todos los países latinoamericanos, la pronunciación de desconfianza y desconfiansa es la misma, lo que lleva a muchos a cometer errores ortográficos al escribir. Ahora que ya está aclarado el asunto, te mostramos cómo utilizar esta palabra adecuadamente.
Cuándo usar desconfianza
Desconfianza se define como la falta de confianza, o sea, la carencia de seguridad o esperanza en alguien o algo.
Ejemplos:
- Siento desconfianza hacia este nuevo jefe, pues no lo encuentro empático.
- La desconfianza hacia el gobierno es uno de los principales motivos de la baja participación electoral.
- El futuro de este país me produce desconfianza luego de que asumiera este presidente populista.
- Algunos gatos sienten desconfianza hacia ciertos adultos.
Sinónimos de desconfianza
- Cautela
- Sospecha
- Suspicacia
- Aprensión
- Miedo
- Recelo
- Incredulidad
- Temor
- Escepticismo
Cómo se dice desconfianza en otros idiomas
- Cómo se dice desconfianza en inglés: suspicion
- Cómo se dice desconfianza en francés: méfiance
- Cómo se dice desconfianza en italiano: diffidenza
- Cómo se dice desconfianza en portugués: desconfiança
- Cómo se dice desconfianza en catalán: desconfiança

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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