Cómo se escribe ¿Demasiado o Demaciado?
La forma correcta de escritura es demasiado, con s, ya que escribir demasiado (con c) es una incorrección lingüística. Las letras c y s se pronuncian igual cuando van seguidas de las vocales e,i. Esto puede provocar confusiones al momento de escribir ciertas palabras.
Cómo usar demasiado
Demasiado es un adjetivo indefinido que equivale a un número, cantidad o intensidad excesivos.
Ejemplos:
- Hace demasiado frío en esta casa.
- Hay demasiados asuntos por resolver en esta empresa.
- He tenido que soportar demasiados ataques personales.
- Tengo demasiado miedo de salir a la calle en la noche.
Demasiado también puede funcionar como un pronombre indefinido, que equivale a decir «una cantidad excesiva», o bien, en su forma plural, para denotar «muchas personas».
Ejemplos:
- Comes demasiado, en mi opinión.
- Este escritor escribe demasiado; por eso publica tantos libros al año.
- Son demasiados los descontentos en esta empresa.
Demasiado también puede ser una conjugación verbal. Más concretamente, se refiere al participio pasado del verbo demasiarse, el cual equivale a «excederse» o «desmandarse» en una situación.
- Te has demasiado con haber organizado esta fiesta, que terminó con todos borrachos.
Sinónimos de demasiado
- Desmesurado
- Exorbitante
- Excesivo
- Inmoderado
- Sobrado
- Colmado
Vea también ciego o siego.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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