Cómo se escribe ¿Calentito o Calientito?
Es normal que nos confundamos la escritura de algunas palabras al intentar construir su diminutivo, ya que muchas veces las reglas se aplican a ciertas palabras, pero no todas. En este artículo veremos un ejemplo de esto al analizar cómo se dice: calentito o calientito, en relación al diminutivo de calor.
Algunos ejemplos de dudas en la escritura de palabras en relación a su diminutivo son amorcito o amorsito, florcita o florecita, pancito o panecito y piecito o piececito, entre otros.
El adjetivo caliente tiene 2 superlativos, que son calentísimo y calientísimo. Siendo así, también se podría construir el diminutivo a partir de ambas formas, por lo que calientito y calentito estarían ambas correctas.
Sin embargo, se recomienda más el uso de calentito pues mantiene la raíz original de la palabra en latín de la cual derivó la palabra ‘caliente (caliens).
En concreto, la palabra calientito es má usada en México, Perú, colombia, Ecuador y América Central:
- El pan estaba calientito y crujiente.
- Una manta calientita para el cuello.
Como vimos, tanto calentito como calientito son correctas por lo que no hay problemas en usar ‘calentito’ para el diminutivo de caliente.
Esta palabra es más usada en países latinoamericanos como Chile, Argentina, Uruguay y España, y en general se considera más formal, por lo que si estás redactando un documento o email, te convendrá usar esta forma.
- Un gatito calentito en las piernas.
- El pan salió calentito del horno.
Cómo se dice caliente en otros idiomas
De manera de aumentar tu vocaulario y poder expresarte mejor en otras lenguas, te mostramos cómo traducir caliente en ellas:
- Cómo se dice caliente en inglés: hot, warm
- Cómo se dice caliente en francés: chaud
- Cómo se dice caliente en portugués: quente
- Cómo se dice caliente en italiano: caldo
- Cómo se dice caliente en catalán: calenta

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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