Cómo se escribe ¿Apellido o Apeido?
Hoy analizaremos una duda que se presenta en muchas personas, que es cómo se escribe: apellido o apeido. Ambas palabras suenan muy parecido especialmente si se pronuncia de forma rápida y con poca modulación, lo que confunde a muchos a la hora de escribir este concepto, referido a nuestro nombre de familia. Te recomendamos una buena lectura de forma frecuente si deseas mejorar tu ortografía, y para ello basta con leer unos minutos antes de dormir.
Apeido
La palabra ‘apeido‘ no existe en la Real Academia Español (RAE) ni aparece en ningún diccionario, al no ser parte de nuestro idioma castellano. Siendo así, debes evitar escribirla de este modo.
Apellido
La palabra ‘apellido’ sí es reconocida por la RAE, por lo que debe ir con doble l, o ‘ll’. Te mostramos su significado exacto:
- Primera persona del singular del presente de indicativo del verbo apellidar.
Ejemplo: El registro civil debe apellidar a miles de recién nacidos cada día. - Nombre que sigue al propio, y que indica el nombre de la familia.
Ejemplo: Mi apellido es García, ¿y el tuyo? - Apodar.
Ejemplo: Mis amigos me apellidan “el vagabundo”.
Cómo se dice apellido en otros idiomas
La palabra apellido se traduce de la siguiente forma en otros idiomas o lenguas europeas:
- Catalán: cognom
- Inglés: surname
- Portugués: sobrenome
- Alemán: nachnamen
- Francés: nom de famille
- Italiano: cognome

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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