Doscientos es la forma correcta de escribir esta expresión numérica en letras. Docientos es una grafía antigua y ya en desuso para esta voz.
Doscientos es la suma dos veces de cien; es el número natural que sigue al ciento noventa y nueve y que antecede al doscientos uno; se puede emplear como adjetivo o como pronombre; su ordinal correspondiente es ducentésimo.
Por ejemplo:
- Compró doscientos kilos de cemento para la construcción.
- Te he llamado doscientas veces a tu teléfono.
- —¿Cuántos litros puede contener este tanque? —Doscientos.
Doscientos es un número cardinal compuesto, que se forma con cardinales simples: dos + cientos, al igual que ocurre con otras centenas, como trescientos, cuatrocientos, seiscientos, ochocientos, etc.
Por otro lado, en relación con el ordinal ducentécimo, conviene destacar que no es común decir, cuando se están cumpliendo doscientos años de un acontecimiento, “es el ducentésimo aniversario de la instauración de la República”, sino que lo más frecuente sería decir “es el bicentenario de la instauración de la República”.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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