La forma correcta de escribir este número natural es diecisiete, en detrimento de la forma diez y siete.
Diecisiete es la suma de diez más siete; es el número que sigue al dieciséis y antecede al dieciocho; corresponde al número ordinal decimoséptimo.
Por ejemplo:
- Julia cumplió diecisiete años.
- Boris estaba leyendo diecisiete libros a la vez.
- Me costó diecisiete mil pesos, pero estoy satisfecho con la inversión.
Los números que se encuentran entre el cero y quince, ambos inclusive, así como las decenas, las centenas y mil (cuarenta, cincuenta, ciento, doscientos, etc.) son palabras simples.
Los números entre dieciséis y diecinueve, y veintiuno y veintinueve, se forman por unión o yuxtaposición de números cardinales simples.
El resto de los números, del treinta y uno en adelante, se forman por coordinación de números cardinales simples: treinta y nueve, setenta y cuatro, noventa y seis, etc.
Anteriormente, sin embargo, solamente los números entre cero y quince podían escribirse en una palabra. Hoy en día este uso se ha extendido del dieciséis al veintinueve, por influencia sobre todo de la propia forma de pronunciar estos números, que también se ha vuelto unitaria: dieciocho, diecinueve, veinticinco, veintiséis.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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