En letras, la forma correcta de escribir este número natural es dieciséis, en detrimento de la grafía diez y seis. Por su parte, la forma dieciseis, sin acento, es incorrecta y conviene evitarla.
Dieciséis es un número compuesto por la suma de diez más seis; es el número que sigue al quince y que antecede al diecisiete.
Por ejemplo:
- Tengo dieciséis entradas para el concierto.
- El libro ha vendido más de dieciséis mil copias en todo el país.
- Me gradué de la escuela con dieciséis años.
Todos los números que se encuentran entre el cero y el quince, ambos inclusive, así como todas las decenas, centenas y mil (sesenta, ochenta, ciento, trescientos, etc.) son palabras simples.
Los números entre el dieciséis y el diecinueve, y el veintiuno y el veintinueve, por su parte, se forman por unión o yuxtaposición de números cardinales simples. En cambió, a partir del treinta y uno se forman por coordinación de numerales cardinales simples: treinta y dos, sesenta y tres, ochenta y cinco, etc.
Sin embargo, es importante apuntar que en el caso de dieciséis la forma se ha simplificado como consecuencia de su comportamiento también unitario en lo que respecta a la forma en que se pronuncia.

Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.
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