Ciento significa diez veces diez o cien; puede emplearse como equivalente a ‘centésimo’ o a ‘centena’. Siento, por su parte, puede ser tanto el verbo sentir como el verbo sentar conjugado en la primera persona del singular.
Ciento y siento son palabras homófonas, es decir, que se pronuncian igual pero que se escriben de diferente manera en la mayor parte del universo hispanohablante, donde no existe distinción fonética entre el sonido de la letra s y la c. En España, en cambio, donde sí la hay, son consideradas palabras parónimas.
Cuándo usar ciento
Ciento significa diez veces diez o cien; puede emplearse como adjetivo, con el significado de ‘cien’, o como sinónimo del número ordinal ‘centésimo’. También puede funcionar como sustantivo, con el significado de ‘centena’.
Por ejemplo:
- Te he escrito ciento cincuenta veces y no me has respondido.
- No estoy seguro ciento por ciento, pero ese es el diagnóstico.
- Tenemos cientos de peticiones de la gente para que retransmitamos el programa.
- Era el año ciento de la gran guerra; aún faltaban dieciséis para su fin.
Cuándo usar siento
Siento puede ser el verbo sentir conjugado en primera persona de singular de presente de modo indicativo; se emplea con el significado de experimentar sensaciones o impresiones, lamentar algo, o juzgar u opinar sobre una cosa.
Por ejemplo:
- Siento mucho calor en esta habitación.
- Asómate a ver quién puede ser; siento pasos en la entrada.
- Yo siento mucho todo lo que ha pasado.
- Te confieso que siento que las cosas se han hecho de manera incorrecta.
Siento también puede ser el verbo sentar en su forma de primera persona de singular de presente de modo indicativo; significa poner o colocar a alguien en una silla o banco, entre otras cosas.
Por ejemplo:
- Yo siento separados a los alumnos más habladores.
- No me siento en ese lugar porque está reservado.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.